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Está pasando, pasó y pasará, seguro; pero ni está pasando, ni pasó en el pasado ni pasará en el futuro; en todo caso, no hay forma de saberlo. El tiempo de los pensamientos es un tiempo al margen de la sucesión temporal, saco de fechas, números y días, memoria involuntaria que no guarda ningún orden y no puede comparar sus distancias relativas. El pensar reposa suspendido en el vacío, entre el mínimo de tiempo pensable o el máximo imaginable, entre la ocasión del instante y el abismo de la eternidad. Hiato continuo en el suceso. El régimen de la unidad y sus múltiplos no es aplicable; contar el tiempo que ha pasado se revela una tarea infructuosa, que hay que recomenzar una y otra vez. Los números del debe y el haber se desbordan unos a los otros; las tablas de correspondencia no concuerdan. La idea piensa, luego pierde el tiempo, está perdida de antemano. Tanto da decir que siempre es otra, todo es diferente, como que no ha cambiado nada, todo sigue igual. No ha pasado el tiempo. La cámara del olvido, campo de suspensión, es origen del pensamiento.